El penúltimo día de Agosto supe que no iba a vivir siempre en Buenos Aires. Cruzaba a través del característico viento que anuncia la primavera. Un poco frío, un poco cálido. Crucé la calle, y al mirar atrás recorté en un segundo la casa fucsia iluminada, en esa hora en que empieza la noche y se deja ver lo que queda de la tarde. Extrañé ese segundo en el momento en que pasaba: aquella loca nostalgia de lo que todavía no perdimos. Por esa callecita oblicua y oscura, supe que amaba la calma del centro a esa hora y los cambios tan sutiles del clima. Los colores del cielo, los días amarillos, las tardes grises, las canciones que se escuchan con el paso: su alma. Todavía no entiendo del todo si el alma le es propia, o le damos forma según quiénes fuimos allí.
unatita
sábado, 17 de marzo de 2012
lunes, 10 de octubre de 2011
M:
Encontré textos que escribí hace dos años. Dudé dos veces de si habían sido o no escritos por mí. No sé si me había pasado alguna vez, esto de no reconocerme en palabras. Es muy fuerte. Algunas cosas que sentían eran muy fuertes, pero sobretodo la forma de ponerla en palabras. Hay palabras que ya no uso, o que las había olvidado. No sé si ahora uso menos palabras, o si las elijo más cuidadosamente.
En ese momento estaba leyendo 62/Modelo para Armar. Estaba bastante influenciada por ese libro y por la forma de escribir en general de Julio.
Necesito volver a leerlo porque necesito volver a escribir así. Hay muchas cosas que me costó entender a qué me refería porque tengo la manía de hacerme la misteriosa. No sé, escondo nombres o situaciones concretas, como si no quisiera exponerme tanto en lo que escribo. O como si en realidad no importaran esos detalles, sino lo que sentía y mi necesidad de expresarlo.
No quiero ser críptica. Ni quiero ser escritora. Pero sí quiero poder volver a escribir así, compulsivamente, como hace tiempo. Me acuerdo que después de cada cosa que sucedía me sentaba a escribir. Muchas veces borracha. Después releía y pensaba que no tenía sentido ni estilo. Y era cierto. Pero tenía motivos. Tenía razón de ser. Supongo que me liberaba. Supongo que me ayudó a entenderme. Supongo que ese ritual solitario es parte de lo que soy.
Me gustaría mostrártelos, por la misma razón que me abriría la piel si eso sirviera de algo. Está claro que casi todo lo que hay, solo puedo entenderlo yo. Pero a veces tengo el deseo de que eso no sea cierto. Y alguien pueda entender todo. Y si pudiese elegir ese alguien, definitivamente hoy serías vos.
Tuve un día difícil. No un día de mierda. Difícil. Son esos días que la remo sin pasión. Que casi no muevo los remos y de casualidad hay una corriente lenta y se pasa el día. Hay responsabilidades que no quiero tener. Pero eso no es lo que lo hace difícil. Es el hecho de no haber decidido si las voy a asumir igual o no. Me dejo llevar en situaciones que me lastiman, haciendome la boluda. Haciendo como que acánopasanada. Exactamente la misma cosa que más critico del modus operandi de las familias. De la institución familia. Ese silencio, esa invisibilización de las cosas. Hacerse los boludos. No hablar de ciertas cosas. Lo detesto. Lo cuestiono, veo claramente mi rechazo hacia esa forma de incomunicación y sin embargo de alguna forma me encuentro colaborando por no saber si quiero poder con todo lo que -tal vez- me toque a mí.
No me gusta ser la pobrecita. No me gusta victimizarme. Y tener que llegar y contarte lo que me duele detrás de este día, porque no lo tengo muy claro y eso es lo más jodido. Pero la realidad es que me angustia y me agobia y estoy un poco harta de dejar pasar las cosas y cuando haya que enfrentarlas de nuevo, volver a apretar los dientes para no pensar. No sé bien cómo encontrar la forma de no victimizarme y poder contarte que fue un día hiper difícil hoy. Porque tengo ganas de llorar, y cuando no sé llorar me dan ganas de vomitar. Y así estuve en la parada del bondi. Y ahora solo puedo escribir esto que no dice absolutamente nada para vos. Porque no sé sacarlo de mí para mí, o por ahí si sé (lo compruebo leyendo textos viejos) pero simplemente me da paja. Me da mucha paja hablar de las cosas que están mal y no hago nada para que cambien. Me da mucha paja tener que llorar. Porque estoy feliz. Y no quiero llorar.
jueves, 15 de septiembre de 2011
Tan solo durará en el viento
Hay viento, la noche está hermosa. Fui caminando al super cuando eran las nueve para comprarme un fernet y una coca. Y mientras caminaba pensaba en los olores que perdí. En los olores que existían junto al viento, algunas noches, en algunos barrios. Y en cómo esa mezcla me hacía sentir especial. Me hacía sentir que todo era posible. Que todo estaba latente, a punto de empezar a existir. En la punta de la lengua del tiempo. Todo lo que ni siquiera se me ocurría que podía existir, todo estaba ahí disponible. Y no sé si en ese momento era consciente. Hoy sé que esa sensación se perdió para siempre.
Cuando pienso en eso, me amargo muchísimo. Y no voy a idealizar el pasado. Me acuerdo perfectamente de que yo no alcanzaba para vivir todo aquello. Pero se trata de otra cosa, se trata del amor con mayúscula. No fue el mejor amor. No fue eterno. Ni siquiera fui sincera al vivirlo. Durante mucho tiempo creí que no era amor. Lo definí de mil maneras. Un ideal, una idea, ganas pero miedo, inmadurez, no sé. Durante mucho tiempo creí que había querido vivir una historia de amor sin vivirla. Y la verdad es que sencillamente lo fue. No fue la mejor, no fue de la manera que quisimos que fuera. Pero lo fue. Y esa historia de amor es muy fuerte. Pesa muchísimo racionalmente, pero sobretodo pesa cuando camino y hay viento.
Cuando llego ahí, vuelvo a preguntarme sobre mi novio. Me pregunto si realmente lo quiero, si realmente estoy enamorada. Me pregunto si es la persona que buscaba. Si lo será algún día. Me pregunto qué carajo quiero hacer con él, a donde quiero ir. Qué cosas quiero que nos pasen. Y la verdad es que todas esas respuestas, aun siendo positivas, no responden a lo que recuerdo del viento. Entonces, no me serviría de nada decirme que no estoy enamorada, que no es la persona que quiero. Porque realmente no creo que sea así, o por lo menos todavía no es el momento de saberlo.
Cuando pienso en que todo esto no puedo contárselo a nadie, cuando me doy cuenta que si me preguntaran si estoy feliz respondería que sí, a pesar de todo esto que siento camino al super, me doy cuenta de lo solitaria que puedo ser a veces.
Y la certeza, en definitiva, es esta. En algún lugar estoy sola siempre. Y va a ser siempre así. Aunque esté feliz, aunque esté enamorada, aunque no pueda quejarme. En algún lugar hay algo que no puedo explicarle a nadie. En ese lugar está el duelo eterno por lo que perdí, o lo que dejé pasar. Está todo lo que ví, respiré y sentí en esa historia de amor y está todo el futuro que vislumbré sin poder acercarme.
Tal vez la paz esté ahí. En poder asumir esa soledad y disfrutar lo que haya para disfrutar. En seguir viviendo (sin tu amor). Seguir viviendo, creciendo, aprendiendo. Seguir amando, de otros modos. Esperar, tener paciencia. Disfrutar de la levedad que da saber que en el fondo nadie ocupa el lugar principal y probablemente no lo vaya a ocupar nadie nunca. Ese lugar es mío y estoy sola y por primera vez, no me asusta.
domingo, 28 de agosto de 2011
De orgullo y de miedo
El peso del día estaba en saberme enamorada. Feliz por atontada. Claramente pelotuda: sentía la necesidad de llamar a alguien, cualquier persona, para contarle que estoy enamorada de un chico. No sabía -no sé- si es del todo cierto y no lo hice un poco por eso y un poco por no ser la estúpida que quiere gritarle al mundo su felicidad -mundo que no tiene ningún interés en escuchar un relato pegajoso, cursi y risueño.
No lo hice. Ambas cosas me frenaron, pero igual estaba feliz de saberlo yo. De no saberlo yo y dejarme sentir que sí hay una certeza, aunque no la hubiera. O aunque sí. La felicidad de saberme pelotuda, cuando no importa la certeza o la razón, cuando solo importa lo que siento en la piel, en las imágenes. Me había tirado en el sillón a pensar en él. A volver a sus imágenes. A sus ojos y su boca, a la forma en que inauguramos la confianza. ¿Por qué poder hablar sobre lo escatológico nos abre a un mundo infinito de amor? ¿Cómo puede suceder eso? Es solo aceptarnos humanos. Es solo permitirnos serlo. Y es eso, sí. Ahora ya estamos dentro.
Se inaugura la confianza y con ella vienen las palabras. Te quiero. Me gustás más que cualquier otro. Me pasaría 18 vidas con vos. No hay algo que busque en un hombre que no encuentre en vos. Te quiero mucho más de lo que te digo. Estamos re jugados. Y entonces es todo besos, todo caricias, todo pellizcos y jugar. Y su olor, el de su sexo, inunda mi olfato y mi casa y no hay nada que quiera más que él. Sobras de ayer y fideos con manteca. La Alfano que se hunde, Agustín Tosco, raciocinio en boca de un pelmazo. Despenalización. Amor. Más amor. Las curaciones de Oli y las feromonas en lata. Nos gustamos, nos gustamos un montón. A montones de palabras e ideas nos gustamos. Nos queremos. Queremos al otro. Quiero a él. Quiero sus formas, quiero verlo caminando al lado mio. Quiero ese momento de derretirme y tratar de disimular. Quiero poder ser tan estúpida. Quiero que dure para siempre ser tan estúpida.
Quiero el miedo que venzo cada vez que me calma. Quiero estar orgullosa de haberlo elegido a él y no la comodidad, la levedad, la nada, la ausencia de miedo. Quiero ese orgullo. Quiero ese miedo. Quiero todo eso. Lo quiero a él.
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