domingo, 28 de agosto de 2011

De orgullo y de miedo

El peso del día estaba en saberme enamorada. Feliz por atontada. Claramente pelotuda: sentía la necesidad de llamar a alguien, cualquier persona, para contarle que estoy enamorada de un chico. No sabía -no sé- si es del todo cierto y no lo hice un poco por eso y un poco por no ser la estúpida que quiere gritarle al mundo su felicidad -mundo que no tiene ningún interés en escuchar un relato pegajoso, cursi y risueño. 
No lo hice. Ambas cosas me frenaron, pero igual estaba feliz de saberlo yo. De no saberlo yo y dejarme sentir que sí hay una certeza, aunque no la hubiera. O aunque sí. La felicidad de saberme pelotuda, cuando no importa la certeza o la razón, cuando solo importa lo que siento en la piel, en las imágenes. Me había tirado en el sillón a pensar en él. A volver a sus imágenes. A sus ojos y su boca, a la forma en que inauguramos la confianza. ¿Por qué poder hablar sobre lo escatológico nos abre a un mundo infinito de amor? ¿Cómo puede suceder eso? Es solo aceptarnos humanos. Es solo permitirnos serlo. Y es eso, sí. Ahora ya estamos dentro. 
Se inaugura la confianza y con ella vienen las palabras. Te quiero. Me gustás más que cualquier otro. Me pasaría 18 vidas con vos. No hay algo que busque en un hombre que no encuentre en vos. Te quiero mucho más de lo que te digo. Estamos re jugados. Y entonces es todo besos, todo caricias, todo pellizcos y jugar. Y su olor, el de su sexo, inunda mi olfato y mi casa y no hay nada que quiera más que él. Sobras de ayer y fideos con manteca. La Alfano que se hunde, Agustín Tosco, raciocinio en boca de un pelmazo. Despenalización. Amor. Más amor. Las curaciones de Oli y las feromonas en lata. Nos gustamos, nos gustamos un montón. A montones de palabras e ideas nos gustamos. Nos queremos. Queremos al otro. Quiero a él. Quiero sus formas, quiero verlo caminando al lado mio. Quiero ese momento de derretirme y tratar de disimular. Quiero poder ser tan estúpida. Quiero que dure para siempre ser tan estúpida.
Quiero el miedo que venzo cada vez que me calma. Quiero estar orgullosa de haberlo elegido a él y no la comodidad, la levedad, la nada, la ausencia de miedo. Quiero ese orgullo. Quiero ese miedo. Quiero todo eso. Lo quiero a él.

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