sábado, 17 de marzo de 2012

La ciudad

El penúltimo día de Agosto supe que no iba a vivir siempre en Buenos Aires. Cruzaba a través del característico viento que anuncia la primavera. Un poco frío, un poco cálido. Crucé la calle, y al mirar atrás recorté en un segundo la casa fucsia iluminada, en esa hora en que empieza la noche y se deja ver lo que queda de la tarde. Extrañé ese segundo en el momento en que pasaba: aquella loca nostalgia de lo que todavía no perdimos. Por esa callecita oblicua y oscura, supe que amaba la calma del centro a esa hora y los cambios tan sutiles del clima. Los colores del cielo, los días amarillos, las tardes grises, las canciones que se escuchan con el paso: su alma. Todavía no entiendo del todo si el alma le es propia, o le damos forma según quiénes fuimos allí. 

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